La doble moral de Insfrán y la farsa de la lealtad: "traidores buenos para perpetuar un régimen en crisis"
El pronunciamiento de Causa Provincial, un movimiento Gildista de ex radicales convertidos en fervorosos defensores de Gildo Insfrán, revela las contradicciones y la doble moral del modelo formoseño. El mismo Insfrán, quien hace apenas unos días descalificó opositores y a los intendentes que desafían su liderazgo, tildándolos de "imbéciles, sinvergüenzas y traidores", parece no tener reparos en rodearse de aquellos que, habiendo traicionado a sus principios radicales, hoy abrazan su proyecto como si siempre hubieran sido leales seguidores.

En una escena política plagada de contradicciones, el pronunciamiento de Causa Provincial —un movimiento Gildista integrado por ex radicales que se han sumado al modelo de Gildo Insfrán— deja entrever las grietas de un liderazgo que comienza a desmoronarse bajo el peso de su propia incoherencia. La estrategia de Insfrán, marcada por el uso de insultos y la descalificación hacia los intendentes de su propio espacio que se atreven a cuestionarlo, contrasta abiertamente con su discurso público de unidad, democracia y respeto por la voluntad popular.
¿Existen traidores buenos y malos según el momento político y la conveniencia de Insfrán?
La reciente convocatoria de Causa Provincial, que busca unir fuerzas en torno al "liderazgo indiscutible" de Insfrán, pone en evidencia una política de doble moral que difícilmente pasa desapercibida. Mientras se tilda de "imbéciles" y "traidores" a aquellos peronistas que deciden no someterse a su control, el mismo Insfrán utiliza a ex radicales, traidores de su propio espacio, como instrumentos de propaganda para sostener una narrativa cada vez más desgastada. Aquí se plantea una pregunta incómoda: ¿Existen traidores buenos y malos según el momento político? Parece que sí, al menos en el relato del gobernador, donde su conveniencia política es la única brújula moral .
Lo irónico es que mientras el gobernador ataca a los que se animan a cuestionar su poder dentro de su partido, simultáneamente utiliza a los tránsfugas de la UCR para orquestar una convocatoria pública a la "unidad", apelando a una supuesta defensa de la democracia y de la voluntad popular. ¿Es que Insfrán cree que los traidores son útiles solo cuando sirven a su causa?
Este doble estándar no solo refleja el agotamiento de un líder que lleva décadas en el poder, sino también la creciente desesperación por mantener un régimen que, pese a su aparente solidez, muestra signos de fisura. Insfrán acusa a la oposición de desestabilizar su mandato a través de acciones judiciales, en un intento de deslegitimar su liderazgo. Sin embargo, omite mencionar que su permanencia indefinida en el poder está sostenida por un sistema electoral corrupto, cimentado en la Ley de Lemas, la reelección indefinida y prácticas clientelistas que perpetúan un control casi feudal sobre la provincia.
Confrontación, miedo, coacción y manipulación
Su discurso plagado de incoherencias, tropieza con sus propias contradicciones. Por un lado, Insfrán llama a la unidad y al respeto de la voluntad popular, pero por otro, siembra la división al insultar a quienes no se alinean ciegamente con su liderazgo. Mientras predica sobre la paz, no duda en utilizar una retórica bélica, incitando al escarmiento de sus adversarios.
El discurso incendiario del gobernador, donde arremete no solo contra la oposición, sino también contra miembros de su propio partido, deja entrever un nerviosismo palpable. Mientras predica sobre federalismo y tolerancia, actúa con un autoritarismo que contradice sus palabras. Su actitud belicosa hacia figuras como Javier Milei y los "radicales miserables" ignora convenientemente que el gobierno nacional esta lleno de peronista y que su propio espacio está plagado de ex radicales, convertidos ahora en fervientes defensores de su régimen. La reciente defensa a ultranza de estos "radicales gildizados" ante las críticas hacia el sistema electoral formoseño —un sistema viciado, lleno de irregularidades y manipulación— no solo es una muestra del nivel de sumisión política, sino también del agotamiento de un liderazgo que ya no tiene otra arma que la confrontación y el miedo.
Insfran pide respeto a la voluntad popular mientras manda a balear el camión de un Intendente de su partido que se anima a discernir
Insfrán pide respeto por la voluntad popular, pero esa "voluntad" se expresa en un escenario electoral donde el fraude, la coacción y la manipulación son moneda corriente. Los testimonios de encierro de aborígenes, acarreos de votantes, secuestro de DNI, robo de boletas, voto cadena, arbitrariedad en el reparto de sublemas y otras prácticas corruptas evidencian que, lejos de respetar la democracia, el modelo formoseño ha pervertido sus principios más básicos . En este contexto, la defensa apasionada de la "autonomía provincial" que hacen los ex radicales, ahora fervientes defensores del feudo gildista, parece más una burla que una verdadera declaración de principios.
Lo más preocupante es el papel de figuras clave como el ministro de Gobierno, Seguridad y Justicia, quien justifica los insultos de Insfrán alegando que "si lo dice el gobernador, es porque tiene razón". Esta actitud de sumisión total, donde el líder nunca se equivoca y sus palabras se convierten en dogma, es un síntoma de un régimen autoritario que se aferra al poder sin importar el costo.
¿de qué democracia hablan cuando defienden un sistema electoral hecho a la medida del gobernador, donde la reelección indefinida perpetúa su mandato, y el clientelismo controla los votos?
El llamado a la unidad para defender a Gildo Insfrán y la "democracia" formoseña suena hueco en un contexto donde la división y el enfrentamiento son promovidos desde la propia cúpula del poder.
La defensa del "derecho a elegir" que pregonan estos ex radicales ahora gildizados, es la defensa de la perpetuación de un régimen que ha sofocado cualquier posibilidad de alternancia en el poder, en un contexto de manipulación política que distorsiona la verdadera voluntad del pueblo formoseño. Al final, lo que Insfrán y sus aliados defienden no es la democracia, sino un sistema feudal que busca prolongarse indefinidamente, privilegiando a unos pocos y oprimiendo a la mayoría.
Este panorama expone un liderazgo en crisis, que, aunque aún conserva poder, muestra signos claros de agotamiento. Insfrán enfrenta cada vez más desafíos internos y externos que amenazan con desmoronar su control hegemónico sobre Formosa. Y en lugar de ofrecer respuestas serenas o buscar consensos, recurre a la retórica de la confrontación y a la utilización de traidores oportunistas para sostener un régimen que comienza a resquebrajarse.
La pregunta ya no es si el liderazgo de Insfrán se mantendrá, sino cuánto tiempo más podrá sostener su eternidad en medio del avance judicial y de un creciente descontento tanto dentro como fuera de su espacio.