Antonio Caldera, el intendente que, con la nuestra, se postula a sí mismo para todo: entre el fraude institucional y la persecución política en Los Chiriguanos
En un nuevo y bochornoso capítulo de la política feudal que domina Formosa, el intendente de Los Chiriguanos, Antonio Caldera, encabeza una escandalosa campaña electoral marcada por el abuso de poder, el despilfarro de fondos públicos y la persecución abierta a quienes se atreven a no comulgar con su voluntad política.

Caldera, que aún ejerce como presidente de la Comisión de Fomento, inscribió su candidatura "testimonial" como concejal en las elecciones del 29 de junio, luego de que su exesposa y actual concejal Rebeca Ojeda —quien también presidía el Concejo Deliberante— abandonara el cargo y la localidad tras denuncias de violencia de género. La repentina salida de Ojeda dejó al oficialismo sin referente visible, lo que obligó a Caldera a poner la cara en una jugada desesperada para no perder el control del poder local.
Pero lo más grave no es la trampa electoral, sino el brutal esquema de represión política que se desplegó en el pueblo. Tal como lo denunciaron públicamente trabajadores municipales en los micrófonos de Radio Parque, decenas de empleados fueron despedidos o se les suspendió el sueldo por el simple hecho de no militar la candidatura de Caldera o, peor aún, por animarse a integrar otra lista interna del mismo PJ. La represión política alcanza incluso a trabajadores que se identifican como peronistas o pertenecientes a comunidades originarias.
"Nos cortaron el sueldo sin aviso. Yo soy wichí, tengo dos hijas y no tengo otro ingreso. Siempre trabajé para ellos. No entiendo qué está haciendo el compañero Caldera", denunció Joaquín Palavecino, referente de su comunidad.
"Nos dejaron sin cobrar por no acompañar su lista. Caldera quiere ser todo: patear el córner y cabecear el gol. Acá no hay control, hace lo que quiere", agregó Liberato Bizgarra, otro trabajador afectado.
En paralelo, mientras corta sueldos miserables —algunos por debajo de los $180.000— Caldera organiza fastuosos festivales populares financiados con recursos del Estado: bingo millonario, artistas de alto caché, choripaneadas y costosos sorteos, todo destinado a inflar artificialmente su imagen en una localidad sumida en la pobreza estructural, sin fuentes laborales reales y dependiente casi exclusivamente del empleo público.
Francisco Carísimo, también despedido, lo resume así:
"Con ese único sueldo mantenemos a la familia. No alcanza para nada, y ni siquiera nos dijeron por qué lo cortaron. Es una vergüenza lo que está pasando."
La situación en Los Chiriguanos es de un autoritarismo descarnado. La gestión de Caldera se sostiene sobre el miedo, el clientelismo y el uso abusivo del aparato estatal. Empleados despedidos por pensar distinto, censura a locutores que no hacen política partidaria, y una comunidad rehén de la billetera electoral.
Mientras tanto, el gobierno provincial guarda silencio. No hay sanciones, no hay intervención, no hay límites. El mensaje es claro: todo vale si es para sostener al aparato del poder.
La historia de Antonio Caldera es el reflejo más crudo de un modelo agotado, donde los cargos no se ganan con votos, sino con prebendas, amenazas y manipulación institucional. Y donde el Estado, lejos de ser un instrumento de igualdad, se ha convertido en la herramienta más perversa del sometimiento político.